¿Invierno demográfico o cambio Demográfico?

Resulta difícil, cuando menos imposible, llegar a creer que, de repente, todos los políticos y gobernantes de Europa se hayan vuelto tan «miopes» como para no haber visto, en los últimos 20 años, el suicidio demográfico de nuestras sociedades.

Llámennos «conspiranoicos», pero resulta evidente, uniendo la circunstancias de la falta de natalidad en Europa y el drama del problema migratorio de África hacia Europa, que no ha sido casualidad que Europa se vacíe de población, a la vez que Africa y algunos países de Asia buscan, desesperadamente, una salida no ya a un problema de superpoblación, sino a las condiciones insostenibles de vida, trabajo, conflictos armados, etc que asolan continuamente el continente en los últimos 50 años.

Es como si «alguien» hubiera previsto estas circunstancias; como si «alguien» hubiera tenido claro que los pobres del mundo no aguantarían eternamente ver como viven los ricos, y que en algún momento darían el paso de ir a los lugares donde se vive mejor que en sus tierras, para prosperar. Es como si «alguien» hubiera pensado que, cuando llegara ese momento, era necesario «hacer hueco» en los países de destino para minimizar los conflictos potenciales que estos flujos migratorios, absolutamente previsibles ante el mantenimiento de las desigualdades norte-sur.

Y resulta que en pleno 2019 muchos se «sorprenden» de que países como España, Noruega, Suecia, Francia, Inglaterra… estén quedando vacíos de habitantes autóctonos cuya masa demográfica está siendo lenta y silenciosamente reemplazada por inmigrantes cuya mayor culpa es desear una vida mas digna que la que tienen en sus países de origen y que, no perdamos de vista, nunca olvidan sus orígenes y destinan la mayoría de sus ingresos a ayudar a los que quedaron en sus países.

Los datos son demoledores y según la Fundación Renacimiento Demográfico en la conferencia ofrecida el pasado 5 de Febrero en el Ateneo de Madrid, la evolución de la población en 200 años (1857 – 2057) es absolutamente dramática, y el panorama es ciertamente desolador.

En 2057, la envejecida población Española necesitará de un milagro para subsistir como pueblo y cultura.

En un valiente artículo de Julio LLorente en La Gaceta publicado el pasado mes de Mayo de 2018, podemos leer lo siguiente:

Quizá uno de los detalles más indignantes en lo que concierne a la crisis demográfica sea la desidia de nuestros gobernantes. De esta manera, ya en los años 80 las estadísticas de natalidad revelaban una tendencia preocupante: de los 2,80 hijos de promedio por mujer en el año 1976, se pasó a 2,04 en 1981 y a 1,56 en 1986. Pero, como explica Macarrón, nadie quiso actuar en consecuencia: ‘El déficit de nacimientos español empezó hace unos 35 años, cuando la fecundidad, que se desplomó desde 1977, perforó a la baja el umbral de reemplazo. Y siguió cayendo año a año durante tres lustros más, hasta alcanzar mínimos mundiales con 1,16 hijos por mujer en 1997. Ese indeseable récord, que también correspondió a España en media entre 1989 y 2014, pasó casi como una anécdota para la inmensa mayoría de los españoles, sus autoridades políticas, y sus grandes referencias intelectuales y mediáticas’.

Las consecuencias de esta inacción – que también podría responder a motivos ideológicos – las padecemos los españoles de hoy y las padecerán, aun con mayor intensidad, los españoles de mañana. A día de hoy, en nuestro país, la tasa de fertilidad es de 1,34 hijos por mujer (más baja incluso que la paupérrima media europea) y se producen cada año más muertes que nacimientos. En algunas provincias, la situación se revela insostenible: en Zamora, por ejemplo, los fallecimientos superan por tres a los alumbramientos cada curso.

Y si todo continuase igual, ¿cuál sería el desenlace de esta tragedia? La extinción: ‘Si los españoles y europeos siguieran indefinidamente con una fecundidad insuficiente, acabarían desapareciendo. Otra cosa es que fueran reemplazados por población foránea, con las ventajas e inconvenientes que ello acarrearía’, señala Macarrón, que lleva años, cual profeta veterotestamentario, advirtiendo de un mal que nadie quiere reconocer.

Asimismo, la crisis demográfica conllevará dramáticas consecuencias en el ámbito afectivo-familiar. De este modo, el número de familiares cercanos decaerá y la soledad constituirá la tónica general de una senectud que se antojará cada vez más amarga: ‘Por esa razón, a comienzos de 2018 se anunció la creación en el Reino Unido de una secretaría de Estado para la Soledad. Y si una de las pocas cosas que tradicionalmente endulzaban la vejez eran los nietos, en España, de seguir las pautas de fecundidad prevalecientes en las últimas décadas, el 50% de los menores de 50 años de nuestro tiempo no tendrán de mayores ni siquiera un nieto’, asevera el presidente de Renacimiento Demográfico.

Este desequilibrio entre la población joven y la anciana abrirá las puertas a la eutanasia, que será presentada por sus impulsores como única vía para reducir el gasto estatal: ‘En el extremo, habrá un riesgo creciente de un mal final de vida, en forma de “eutanasia” involuntaria, o de maltrato por lo caro y duro que es cuidar a ancianos incapacitados, en una sociedad con muchos viejos y pocos jóvenes para crear la riqueza necesaria para cuidar a los más mayores adecuadamente’.

En este sentido, Macarrón recuerda las reveladoras – y oscuras – palabras del ministro de Finanzas japonés: ‘Debería permitirse a los ancianos que se den prisa y mueran, para aliviar así el gasto soportado por el Estado en sus tratamientos’.

Frente a esta realidad, pues en lugares como Gran Bretaña hace ya años que pusieron en marcha organismos gubernamentales como el «ministerio de la soledad», y las cifras de Eutanasia en el norte de Europa asustan hasta a sus mas fieles impulsores, encontramos instituciones supranacionales como la unión Europea o la ONU para las que parece que, lejos de asumir estos hechos como un problema, tienen mas que asumida la realidad, tanto que parece que tenían preparados los planes, desde hace mucho tiempo, sobre todo la ONU, para realizar un «ajuste no traumático» de la situación. Por tanto, la pregunta resulta obvia: ¿estamos ante un proceso «casual» de ajuste demográfico o responde a una planificación supranacional que pretende sostener o incluso eternizar, las desigualdades norte-sur, permitiendo así a las grandes corporaciones empresariales mantener sus cada vez mas excesivos beneficios económicos?

Esperamos vuestras reflexiones y respuestas.

El Equipo de Cristianos en Democracia.

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