¿Por qué nadie se hace esta pregunta en los cientos de programas y miles de horas de televisión, radio y youtube dedicados a la pandemia en el último año? Es realmente curioso ver como la soberbia del ser humano incide incluso en esta cuestión, pues lejos de preguntarse el porqué, desde primera hora se centró únicamente en saber de donde vino, como surgió y como combatirla. Pero esquivamos la gran pregunta ¿POR QUÉ?
Personalmente no es que me la haya hecho muchas veces, pero como este fin de semana nos han invitado especialmente a reflexionar sobre ella en una convivencia – retiro espiritual, me gustaría compartir esta reflexión con los lectores de nuestra Asociación.
En primer lugar conviene centrar la pregunta, antes de reflexionar sobre ella. ¿Dios ha «enviado» esta pandemia o la ha «permitido»? No cabe duda que el enfoque es diametralmente opuesto, pues son enfoques que sitúan a Dios como un justiciero o castigador en el primer caso, o como un Padre misericordioso en el segundo, que permite a sus hijos aprender de sus propios errores, pero siempre está ahí, esperando, para ayudarlos cuando lo necesitan. Como personalmente no me cabe la menor duda que Dios no «castiga» a la humanidad con una Pandemia, centraré mi reflexión en el segundo de los enfoques.
¿Por qué permite Dios esta pandemia en medio de nuestra generación? Como Cristianos, sabemos que Dios entró de forma decisiva y definitiva en la historia de la humanidad hace unos 2.000 años, encarnándose en Jesucristo, para salvarnos… pero, ¿de que quiere salvarnos Dios? Para ello no tenemos que reflexionar o discernir sobre nada nuevo, pues todo está escrito.
Si damos una lectura pausada al final de la historia de Adán y Eva en el paraíso, en esta maravilla pedagógica sobre el Amor de Dios en la creación que es el libro del Génesis, encontramos una advertencia que, a buen seguro, hace 5.000 años, 1000 o incluso 500 no tendría sentido para la mayoría de los millones de creyentes que lo hayan leído a lo largo de la historia, pero que para nuestra generación cobra una especial relevancia:
Entonces el Señor Dios dijo: He aquí, el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal; cuidado ahora no vaya a extender su mano y tomar también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre (Gn 3,22)
Sin duda, nuestra generación ha alcanzado el árbol de la vida. Con el desarrollo de la genética y el conocimiento del genoma humano, la humanidad se encuentra de nuevo ante la tentación de ser los Dioses de sus sociedades. Hemos olvidado, de nuevo, que somos criaturas y que nadie mejor que nuestro creador para saber lo que nos conviene. Nos hemos revelado, hemos apostatado de la fe y hemos optado por un camino de «auto-salvación» donde los gobiernos decidirán sobre quien debe vivir (aborto, vientres de alquiler, experimentación genética, fecundación in vitro, experimentación con embriones…) y quien, como y cuando debe morir (eutanasia), mediante leyes que, además, permitan al hombre decidir como desea vivir (ideología de género, cambio de sexo, etc).
Para cualquier lector no debe caber la menor duda de que hemos alcanzado el árbol de la vida y, a la luz de las palabras del Génesis, ese «vivir para siempre» de forma mortal en este mundo es, sin duda, la segunda peor cosa que puede pasarle al hombre. A estas alturas todos deberíamos saber ya quien ha sido permitido como «señor de este mundo» por lo que, si sabemos que este mundo es dominado por Lucifer, ¿A que tanta querencia por no abandonarlo? ¿Cómo es que el miedo a la muerte se ha adentrado en lo profundo de nuestros corazones como para que hayamos vuelto a ver la muerte como lo peor que nos puede suceder, cuando, antes al contrario, partir al padre debería ser «con mucho, lo mejor»?
Personalmente no me cabe la menor duda que el hecho de que Dios haya permitido esta pandemia es, de nuevo, un signo, una llamada a la conversión, una oportunidad para volver a mirar al cielo y tomar conciencia de que no somos Dios para, de nuevo, buscar a Dios, al único Dios, al verdadero Dios capaz no ya de parar la pandemia y hacer desaparecer al virus en un instante, sino capaz de infundirnos un espíritu de vida eterna, que nos permita no vivir esta vida como los estábamos haciendo; esclavos de la sociedad, esclavos del trabajo, esclavos del placer, esclavos del hedonismo.
Pero es también una oportunidad para nosotros, los que nos llamamos cristianos, para cumplir con nuestra misión, para recordar al mundo la esperanza, el amor de Dios, para anunciar con fuerza en medio de esta generación que Dios existe y nos ama. Es como si Dios nos hubiera hecho la mitad del trabajo, pues en la sociedad que vivimos, es imposible que nadie, a no ser que se encuentre frente a un gran sufrimiento, se haga esta pregunta, pues la sociedad se ha encargado de llenar nuestros días de tantas actividades como para impedirnos pensar y reflexionar acerca del sentido de nuestra existencia.
No desaprovechemos esta oportunidad y roguemos a Dios para que nos permita mostrarlo en medio de un mundo que, si opta por las vacunas como única forma de salvación, estará de nuevo, condenando su existencia a la esclavitud del miedo a la muerte.
Daniel Fernández