Este Sábado Santo reproduce fielmente la situación con la que muchos cristianos vemos el discurrir de los tiempos en la sociedad española. Frente a los últimos acontecimientos como el coronavirus, la persecución educativa, religiosa o el avance de la cultura de la muerte con la Ley de Eutanasia y la propuesta en puertas de ampliación de la Ley del Aborto, parece como si las tinieblas en las que se sumió el mundo tras la muerte de Jesucristo, avanzaran sin control sobre nuestra sociedad.
El Demonio lleva más de 2000 años intentando hacer desparecer a Dios de la faz de la tierra, como ahora gran parte de nuestros gobernantes demuestras con la persecución a las escuelas católicas concertadas o la destrucción y derribo de cruces del espacio público. ¿Acaso Dios ha desparecido? ¿Acaso Dios nos ha abandonado? ¿Acaso triunfará el mal?
Grande es la tentación de caer en la desesperación, en creer que verdaderamente pueden eliminar a Dios de nuestra sociedad, en pensar que no hay esperanza mas allá de nuestras fuerzas o acciones para enderezar el mundo.
Pero si de algo debe servirnos contemplar hoy el sepulcro de Jesucristo, en esta hora de oscuridad, es de poder hacerlo sabedores de la gran esperanza con la que hemos sido sellados, pues sabemos que, aunque pueda llegar a parecerlo de forma extrema, como en nuestra sociedad, la muerte no tendrá nunca la última palabra. Sabemos que es necesario que la muerte lo cubra todo, lo alcance todo, para que muchos puedan reconocer la luz cuando rompa la próxima madrugada, en medio de las tinieblas, con la resurrección de cristo y su victoria sobre la muerte.
Sabemos que el Demonio no puede ni tan siquiera compararse o combatir a Dios, por eso debe conformarse con hacer la guerra a quienes los aman y a sus Ángeles, pues ni tuvo ni tendrá jamás poder suficiente para combatir al mismo Dios. Por eso, podemos confiar plenamente en que pese a que pudiera parecer que la muerte, nuevamente, ha triunfado sobre nuestra sociedad, la muerte sigue hoy, 2000 años después, sin tener poder sobre los hijos de Dios y por eso estamos llamados, hoy especialmente, a velar con esperanza a Cristo en el sepulcro, pues nuestra es la promesa del triunfo final de la luz, del bien, de la verdad, del amor y de la belleza, sobre las obras del mal.
Velemos pues hoy a nuestro Señor mientras, una vez más, baja a nuestros infiernos a rescatarnos, junto al primer Adán, de todo lo que nos lleva a la muerte para insuflarnos dentro de unas pocas horas un aliento vital que nos haga, de nuevo, salir a las calles a cumplir la misión que recibimos por nuestro bautismo, pues hemos sido constituidos Sacerdotes, Protestas y Reyes por la sangre derramada por nuestro Señor.
Velemos hoy a Cristo, pues si con él morimos, si tras él estamos dispuestos a entregar nuestra vida por el anuncio del evangelio para que el mundo crea y llegue a conocer la infinita misericordia del amor de Dios, con el también seremos glorificados en la resurrección.