Tal Domingo como el de ayer, el cuarto de Adviento, allá por el año de 1511, en la Isla de la Española, un religioso Española, Fray Antón de Montesinos, alzaba la voz contra el abuso de los encomenderos que violaban los derechos más elementales de los indios. Su homilía, respaldada por el Prior y el resto de la comunidad de los dominicos, seguía la voluntad de la Reina Isabel la Católica en cuanto al reconcimiento de la dignidad como personas de todo ser humano, y la igualdad de trató para todos los pobladores de aquellas tierras.
Ese grito del dominico español, sería así lo que muchos – frente a la estúpida costumbre de no querer reconocer lo que es propio de nuestra Nación – la Primera Proclamación de los Derechos Humanos, y se vería cristalizada en las leyes escritas en breve, con el respaldo de Fernando el Católico, el Emperador Carlos y su hijo Felipe II, que promulgaron las conocidas como Leyes de Indias, todo un de los derechos de los indios de América en igualdad con el resto de los seres humanos. España, sobre su fe catolica, se adelantaba a los demás países en siglos a reconocer los derechos fundamentales de la persona.
Así, mientras el resto de los imperios y, sobre todo, el resto de las confesiones religiosas, promocionaban el esclavismo de los indígenas de las tierras conquistadas, la Iglesia Católica, por mucho que muchos quieran seguir ocultando, re-inventando o, directamente, mintiendo, fué la auténtica precursora mundial de lo que, con el tiempo, se ha llegado a conocer como Declaración Universal de los Derechos Humanos.