Fratelli Tutti: El amor al enemigo es la clave, no seamos necios.

No han pasado ni 48 horas desde la publicación de Fratelli Tutti y han corrido ríos de tinta en los portales católicos y religiosos especializados acerca de la última encíclica publicada por el Papa Francisco. Y no deja de ser curioso ver como cada cuál «arrima el ascua a su sardina»… Comunistas, Socialistas… ¡Y hasta los masones! Y es que, «a río revuelto, ganancia de pescadores» y en el mar de la confusión Satanás siempre saca provecho.

Fratelli Tutti comienza invocando el famoso encuentro de San Francisco con el sultán Malik-el-Kamil en Egipto, en el contexto de la Quinta Cruzada. Pero más allá de la «anécdota» de su conversación, que sería quedarse en la superficie de los hechos, cabe preguntarse… ¿Porqué fue allí San Francisco de Asís? ¿Qué movió al Santo? En cierto modo, la respuesta es muy fácil. Al Santo lo movió «algo» que no encontraremos en ninguna ideología: Ni en la masonería, ni en el comunismo, ni en el socialismo, liberalismo o populismos. AL SANTO LO MOVIÓ EL AMOR AL ENEMIGO.

La fraternidad a la que nos llama Jesucristo no es de este mundo, al igual que su paz no es la que este mundo promulga.

¿Cuántos ideólogos pueden ustedes nombrar en la historia DISPUESTOS A DAR LA VIDA POR SU ENEMIGO, para ganar su conversión? No ya dispuestos… que la hayan dado. ¿Cuántos predicadores religiosos han ofrecido su propia vida para salvar el alma de su enemigo? ¿Cuántos líderes políticos o de cualquier otra religión en el planeta, en cualquier momento de la historia? La respuesta es igual de fácil: NINGUNO. Muchos han dado la vida por «sus gentes», sus seguidores o sus pueblos, pero no encontrarán a ninguno que ofreciera su vida, sin importarle su honor, vilipendiado, ajusticiado cruelmente con una muerte solo reservada para los peores elementos de una sociedad, como nuestro Señor Jesucristo (y a los que, claro, siguiendo sus pasos, han querido ofrecerse su vida así). Así que dejémonos de estupideces y de discusiones estériles de las que solo el demonio sacará provecho usándolas para dividirnos (como decía mi Padre que en paz descanse, «el que embarulla, se sale con la suya»). No somos «de Apolo ni de Pablo», ni de Francisco, ni de Benedicto o Juan Pablo… ¡SOMOS DE JESUCRISTO!

Comunistas, masones, socialistas… muchos han sido los movimientos que a lo largo de la historia han intentado emular a las primeras comunidades cristianas (Hch 4,32 Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común) tratando de crear un ideal de «fraternidad» basado en elementos materiales y en conductas de grupos impuestas por una serie de normas o reglas básicas, muchas de ellas ideales o utópicas. Incluso algún que otro populismo del Siglo XX / XXI, pero ninguno de ellos son capaces de trascender a la verdadera fraternidad que vive un cristiano, a lo que verdaderamente llevó a estas primeras comunidades a materializar esa forma de vida y con ello, a transformar el mundo en el que vivieron, al igual que ahora muchos analistas de la encíclica son incapaces de trascender a la fraternidad a la que nos llamaba San Francisco de Asís y nos llama ahora Francisco. Esta, solo puede ser fruto de la conversión.

JESUCRISTO ES EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA. Y esa es la única verdad, no hay otra. Esta es la verdad que llevó a San Francisco de Asís al encuentro del Sultán para intentar salvar su alma, aún a riesgo de su vida, porque estaba dispuesto a perderla por amor a su enemigo. No queramos todos ser «Doctores de la Iglesia» o especialistas en Doctrina Social y caigamos en la soberbia tentación de enjuiciar tan fácilmente las encíclicas.

No tengamos miedo a reconocer como enemigos a todos los que intentan eliminar a Dios de nuestras vidas, porque lo son, consciente o inconscientemente, son enemigos de Dios y son nuestros enemigos. Pero, sobre todo, no tengamos miedo a amarlos, a rezar por ellos y a entregar nuestra vida por su conversión y salvación, pues no estamos llamados a debatir sobre los escritos de los Papas, sino a ser co-redentores del mundo con Jesucristo.

Daniel Fernández

Colaborador

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