ABORTO
En los últimos años, nuevos avances en el conocimiento de la biología molecular del embrión y del feto nos llevan a la convicción de que desde la concepción nos encontramos ante una nueva vida humana distinta de sus progenitores y que, aunque dependiente y en fase de desarrollo, merece el respeto y la protección de la que gozan todos los seres humanos.
La defensa del valor y la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte, es un tema de derechos humanos y no simplemente una cuestión de preferencia personal o elección privada, y debería sustraerse del debate de todo sesgo político y religioso.
La declaración de la protección que del nasciturus se estableció includo por el Tribunal Constitucional en su sentencia 53/85, así como el hecho de su gran vulnerabilidad, porque, de hecho: La misma biología protege al concebido mediante el llamado vínculo de apego. El vientre materno es la primera casa del nuevo ser y en ella debería ser acogido como un don y nunca como un problema, cuya solución sea el desembarazarse de él.
EUTANASIA
La mejor solución ética a los problemas de salud graves del final de la vida son los cuidados paliativos y no la eutanasia. Las soluciones ante el final de la vida pasan por tratar la muerte como una etapa natural en la que se ayude a los enfermos, respetando su dignidad como persona, de forma que ante situaciones dramáticas y terminales se elimine el dolor del paciente y no al paciente. En este sentido, la única respuesta ética posible son los cuidados paliativos.
La muerte de cualquier ser humano siempre es digna, pues la dignidad es intrínseca a la naturaleza humana. El objetivo no es conseguir una muerte digna sino una muerte sin dolor.
La interrupción de la alimentación y de la hidratación de un enfermo supone una gran violación de la dignidad de la persona y el estado vegetativo, aunque grave, no compromete de ninguna forma la dignidad de las personas que se encuentran en esta condición, ni sus derechos fundamentales a la vida y a los cuidados, entendidos como una continuidad de la asistencia humana básica.
Además, la interrupción de los consabidos cuidados básicos constituye “una forma de abandono del enfermo fundada en un juicio despiadado sobre su calidad de vida, expresión de una cultura del descarte que selecciona las personas más frágiles e indefensas sin reconocer su unicidad y su inmenso valor, por lo que la continuidad de la asistencia es un deber ineludible.
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