La Ley al servicio de la ingeniería social.

Son tiempos complicados los que nos ha tocado vivir. Tiempos en los que la verdad o la mentira ya no son conceptos objetivos, sino que dependen del discurso oficial impuesto por los medios de comunicación, al servicio del Nuevo Orden Mundial cuyo máximo exponente es la ONU.

El bien y el mal dejaron de existir hace muchos años, y ahora todo es relativo. Matar ya no está mal, y depende de lo que esté sufriendo una persona para justificar un homicidio o de lo que esa persona, incluso sin que haya llegado a nacer, complique tu vida o tus planes. Los médicos ya no tienen porqué intentar hacer todo lo que esté en su mano por salvar una vida o aliviar el sufrimiento; ahora, si con los medios disponibles no pueden ayudar a un enfermo o a un bebé a nacer, en lugar de exigir al Estado que dote dichos medios, pueden plegarse a quienes les obligan a romper un juramento milenario por la salud y la vida, y optar por matar a sus pacientes o a las vidas que llevan en su interior.

Los discapacitados, minusválidos y tarados físicos o mentales solo sirven para hacer campañas publicitarias una vez al año o recoger de vez en cuando algún Goya, si sobrevivieron a la ecografía en la que no detectaron sus anomalías. Si no tuvieron esa suerte, forman parte de los casi 100.000 inocentes asesinados cada año en el seno de sus madres en España mediante el vil crimen del Aborto.

Y ahora van a por nuestros hijos, como «colofón» a este diabólico plan cuyo objetivo parece ser «simplemente» el control poblacional mundial, pandemias incluidas, pero que realmente no pretende sino aislar al ser humano en si mismo y alejarlo de cualquier atisbo de trascendencia o espiritualidad en su vida. Por eso necesitan manipular a nuestros hijos y hacerlo lo antes posible. Por eso van a decirle a tu hija en el cole que si tiene problemas, no se preocupe, media horita al día jugando con su clítoris le harán olvidar esos malos momentos y la ayudarán a conciliar el sueño y, si con ello no basta, pasará a formar parte de la gran mayoría de ciudadanos occidentales que pagan su bienestar a base de ansiolíticos y anti-depresivos. A tu hijo le dirán que no tiene por que ser hijo de nadie, que puede elegir ser «hije» y que aunque la biología era, antaño, una ciencia que permitía desenmascarar las mentiras de las malvadas religiones, ahora no es mas que papel mojado, pues no existe ya el sexo biológico, sino el género, que cada cual decide en cada momento según sus deseos.

Al fondo de todas estas legislaciones, hay un claro objetivo de desestabilización de las sociedades mediante la destrucción del pilar sobre el que las mismas se construyen: LA FAMILIA. Y para ello, para que dentro de 40 años exista una sociedad desestructurada, sin arraigo alguno, sin cohesión, necesitan que la misma esté conformada por seres consumistas, onanistas y, en lo posible, solitarios, capaces de saciar sus instintos diarios simplemente con un buen rato de pornografía on line o con algún juguete sexual de última generación, mientras que periódicamente mantienen encuentros sexuales con desconocidos a través de redes sociales creadas justamente para eso. Seres hechos para el trabajo y no para la vida, como pequeños engranajes de una maquinaria perfecta que sigue haciendo más ricos cada día a los ricos, y mas pobres cada día a los pobres, sin que ni tan siquiera ellos sean conscientes de su papel fundamental en dicha maquinaria.

Y mientras tanto, los pacientes tejedores de este Nuevo Orden Mundial van tejiendo sus nuevas sociedades a base de Leyes, Decretos y Reglamentos con los que, hilando fino, se aseguran que nadie, ni tan siquiera los padres en el caso de la educación sexual, o los hijos en el caso de la Eutanasia, o las madres en el caso del aborto, puedan interponerse ante lo que ellos han establecido como «la verdad» de forma «democrática», como si el bien o el mal, lo bueno o lo malo, pudiera elegirse o decidirse por mayorías. Y todavía habrá alguno que, como Poncio Pilatos a Jesucristo, nos pregunte ¿Y que es la verdad? Pues a esos le daremos la misma respuesta que hace ya miles de años diera nuestro Señor…

Daniel Fernández

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