Vivimos en un tiempo que nos ha permitido ser unos auténticos provilegiados. La Pandemia nos ha permitido acercarnos un poco a la vivencia original de los apóstoles… encerrados durante semanas en nuestros «cenáculos», rezando, sin atrevernos a salir a la calle, donde durante semanas ha reinado la muerte, esta vez con ocasión del coronavirus... y, de repente, llega Pentecostes y se nos recuerda que no hemos recibido el Espiritu Santo para permanecer esclavos del miedo a la muerte (Rm 8, 15).
Somos unos auténticos privilegiados. Estas semanas sin templos abiertos, sin celebraciones litúrgicas presenciales, sin poder ver a los hermanos más que por pantallas digitales, deberían haber acrecentado en nuestro corazón el amor a los sacramentos, la necesidad de «palpar» con nuestro cuerpo el cuerpo de Cristo, el consuelo de la Comunión Espiritual como antesala de algo mucho mas grande, mas hermoso, a lo que lamentablemente muchos, entre los que me incluyo, ya no dábamos quizás la importancia que tenían.
Somos un pueblo escogido, una «nación santa», llamados por el mismo Dios a ser co-redentores de nuestra sociedad, a cargar junto a su hijo Jesucristo cada uno con nuestra Cruz hasta que, cuando Él disponga, nos llegue el momento de acompañarlo y subir junto a Él a la Cruz. Pero hemos recibido una esperanza que el mundo no conoce, una fuerza que nos permitirá, si así lo pedimos, hacerlo con ALEGRÍA, sabedores de que no estamos solos, y es el mismo Dios, y no nosotros, el que soporta el peso de nuestra Cruz y la hace gloriosa cada día.
Por eso, recibir el Espíritu Santo que Jesucristo prometió a sus discípulos en cumplimiento de su promesa (Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos , Mt 28, 20) no es algo que debamos ni podamos tomar a la ligera:TENEMOS UNA MISIÓN.
Porque junto al envío del Espíritu Santo, Jesucristo encarga una misión a todos los que lo reciben: En aquel tiempo se apareció Jesús y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación (….) Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban. Mc 16 (15-20).
Así que ha llegado el momento de ser coherentes con aquel que nos ha amado y nos ha llamado para la misión, recordando que muchos son los llamados, pero pocos los escogidos (Mt 20,16): ¿Estamos dispuestos a anunciar a Jesucristo en cada minuto de nuestra vida? ¿O vamos a sucumbir ante el laicismo buenista que trata de convencernos para que dejemos estas «cosas» para nuestras celebraciones, nuestros grupos y nuestras parroquias?
Pero, ¿Como hacerlo? ¿significa esto que tenemos que estar todo el día dando catequesis a los que están a nuestro alrededor? Pues no, evidentemente no. Estamos llamados a anunciar a Jesucristo como Señor de nuestra vida, con nuestras obras y con nuestra forma de vivir, pues «porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras es muerta (St 2,26)«.
Ello no implica callar, ni mucho menos, pues serán nuestras obras las que lleven a los demás, a las personas que el Señor nos ha encomendado en nuestros ámbitos más próximos (el vecindario, el colegio, la universidad, el trabajo…) a interrogarse sobre nuestra forma de vida, como los primeros cristianos, y entonces llegará la ocasión de dar razón de nuestra Fé, pues como dice San Pablo «si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo (Rm 10,9)».
Así pues, queridos lectores y seguidores de nuestro portal, a los que aprovechamos la ocasión para agradeceros vuestros comentarios y, sobre todo, vuestras oraciones por este proyecto que pronto cumplirá 2 años, os animamos a re-vivir las promesas de nuestro bautismo este año 2020 con más fuerza que nunca, porque el mundo necesita la esperanza de la salvación. Un mundo que lleva semanas encerrado y que ahora empieza a salir de nuevo a la calle presa del miedo. Un miedo con incertidumbres económicas, laborales, sociales, a merced del diablo que ronda, como león rugiente, buscando devorar sus almas (1Pe 5, 6-10). Es hora de salir de nuestras catacumbas sociales y anunciar con fuerza que hay una Esperanza para todos, que Jesucristo ha dado su vida por todos, que Dios nos ama a todos y no nos ha dejado a nuestra suerte, tampoco en esta época del coronavirus.
Por tanto, todo el que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos (MT 10, 32-33).
Confesemos por tanto a Jesucristo con Orgullo, públicamente, sin miedo a que esto pueda suponernos acabar en la Cruz. Pero hagámoslo con humildad, no con un orgullo vanidoso de sentirnos mejores o superiores a los demás, sino con el orgullo de sentirnos privilegiados de haber experimentado la salvación, de haber sido rescatados de nuestros pecados por el amor de Dios y la fuerza de su espíritu, que no es solo para nosotros y para nuestros ámbitos privados, sino para el mundo crea y se salve.
El Equipo de la Asociación Cristianos en Democracia.
! Ven Espíritu Santo, purificanos, ilumina nuestras mentes, y haz arder nuestros corazones en el fuego de tu amor! Así es como podremos evangelizar en estos difíciles momentos, que nos ha tocado vivir. Pero no son peores que los que vivieron los apóstoles.
! Ven Espíritu Santo! .