Es curioso, pero esta es una época en la que hasta el más ateo se deja llevar por el ambiente de solidaridad que suele inundar los medios de comunicación con campañas de los Bancos de Alimentos, movilizaciones para que las personas sin hogar o los ancianos no estén solos en nochebuena o simplemente tengan una cena digna, al menos una vez al año.
Son actividades que hacen «sentirse bien» a todo el que colabora con ellas. Es como si de repente uno saliera de su agenda diaria de trabajo y actividades y, por unos minutos, se reencontrara consigo mismo y consiguiera una paz interior que no la da ninguna de nuestras tareas diarias: Ni el trabajo, ni el gimnasio, ni conseguir estar un rato a solas haciendo lo que más creemos que nos gusta (escuchar música, leer, ver nuestra serie favorita)… nada, nada es comparable a poder ayudar al prójimo.
Y es que estamos hechos para amar. Y nuestro Creador lo sabe bien… tan bien que nos dio este mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, no como una imposición o una carga con la que tener que vivir, sino como el medio elemental para encontrar lo que ansiamos desde que nacemos: LA FELICIDAD.
Amar al prójimo y vivir para los demás es el mejor antídoto para la peor enfermedad que han conocido los países llamados «desarrollados»: La depresión. Ese oscuro pozo al que muchos llegan sin saberlo, tras haberse concentrado tanto en si mismos (muchas veces motivados por circunstancias dolorosas, por una enfermedad y otras simplemente por inercia, pues este mundo nos lleva a vivir solo para nosotros, nuestras apetencias y nuestros deseos).
Ayudar al prójimo, como dirían en mastercard, «no tiene precio» porque, sin saber describirlo muy bien, genera todo un cúmulo de sensaciones interiores de bienestar, equilibrio emocional y paz, que no son comparables y, mucho menos, adquiribles mediante ningún otro objeto o actividad. El resto de sensaciones positivas que nos genera algo que nos gusta está muy bien, pero se acaban muy pronto. Sin embargo, ayudar y amar cada día a nuestro prójimo genera en nosotros una sensación de plenitud que sacia nuestras inquietudes, nuestras angustias, y nos permite entrar en un estado de paz que no tiene comparación. De ahí el nacimiento de tantas oeneges en las que millones de personas comprueban cada día que hay más felicidad en dar que en recibir.
Este es el camino que Dios ha marcado al hombre para construir una sociedad basada en el Bien Común: El Amor, no solo el amor romántico o el sentimentalismo, sino el amor a nuestro prójimo, sea o no conocido nuestro. Por eso es tan importante que luchemos por mantener viva la auténtica Navidad, la que muestra al hombre el mayor hecho de amor de la historia de la humanidad: Que Dios no tuvo reparos en abandonar si dignidad de Dios y encarnarse, como cualquiera de nosotros. Creció, vivió y sufrió, como cualquiera de nosotros pero, sobre todo, entregó voluntariamente su vida, para la salvación de todos nosotros, de «malos y buenos», de «justos e injustos». Es Navidad, es tiempo de amar.
Asociación Cristianos en Democracia