De la misma manera que la disolución de las FARC en Colombia ha dispersado a muchos guerrilleros entre bandas criminales (BACRIM), perdiéndose un mando centralizado; la disolución de la URSS llevó al comunismo a mutar en la hidra de siete cabezas a través de organizaciones pantalla que decían defender derechos ambientales, educativos, étnicos, de sexo, de género, de negar la vida y de acelerar la muerte. Una de las mutaciones del comunismo ha sido hacia el diseño de una ideología LGTBI, que busca, pretenciosamente, representar a todo el que no es heterosexual.
La homosexualidad dejó de ser considerada por la OMS como una enfermedad mental en mayo de 1990, sólo seis meses después de la caída del muro de Berlín. Sin embargo, el comunismo, que siempre los persiguió allá donde gobernó, se apropió de la idea y, dado que llegaba tarde a aportar algo a la mejora de la calidad de vida de los homosexuales en tanto individuos, decidió tomar protagonismo con la fe de un converso y tratar a los homosexuales como colectivo. El comunismo siempre fue muy de colectivizar y de crear colectivos uniformes, donde la persona desapareciera. Así se pasó de defender el derecho individual sin distinción de orientación sexual a defender supuestos derechos para un colectivo en el que sus miembros, para ser reconocidos como tales, debían plegarse a los parámetros del progresismo.
Obviamente, el homosexual que quiere ir por libre y no se identifica con esta ideología de izquierdas es visto como una víctima a la que el capitalismo y el heteropatriarcado (sea esto lo que sea) han lavado el cerebro o como un imbécil, o incluso, ahora sí, como un enfermo mental, tal como miran al pobre que no vota a partidos de izquierdas. Es ahí donde descubrimos que al comunismo mutante no le interesan las personas homosexuales sino valerse de su victimización colectiva para imponernos su paquete ideológico completo.
La izquierda radical (y uno empieza a preguntarse si queda algo de una izquierda de otro tipo), defiende que quien no crea que un hombre castrado y hormonado ya es mujer, si así quiere ser visto, sea un enfermo mental con un trastorno de fobia. Si se tratara de respetar a toda persona, se crea lo que se quiera creer, no habría ningún problema. El problema lo crean ellos cuando no toleran otras opiniones y quieren obligarnos a pensar como ellos piensan. Aunque, de momento, no han impuesto que los discrepantes seamos obligados a terapias de reeducación, sí creen que se nos debería sancionar con una multa económica, pérdida de empleo, condena social y mediática e incluso prisión.
La ideología de género está demostrando ser mucho más intolerante con los que no la comparten que la situación legislativa hacia los homosexuales a la que se llegó en los años posteriores a la caída de la URSS. La homosexualidad dejó de ser enfermedad mental en 1990 pero los ideólogos de género nos ven a los opositores a ella como enfermos mentales.
A la extrema izquierda se la reconoce porque siempre viene a apretarnos las tuercas de la libertad, normalmente disfrazándola de avances sociales. Aunque otros creamos que, con su vueltas de tuerca, se han pasado de rosca, ellos buscan el ajuste definitivo, el cierre bien apretado, una última vuelta de tuerca que haga irreversible su experimento social. El problema es siempre el mismo. Esa vuelta de tuerca nunca ajusta, sino que rompe y acaba haciendo implosionar el sistema. Lo hemos visto antes. Por eso no debemos perder la esperanza. Nos apretarán tanto que se les acabará hundiendo el chiringuito.
Cada vez que el comunismo ha fracasado ha sido por su afán totalitario. Siempre se han excusado culpando a los excesos, sin asumir nunca que son excesivos por definición y nunca se contentan con convivir con otros sistemas o formas de pensar. Con la última vuelta de tuerca buscan la hegemonía y el control total, de ahí que siempre el comunismo sea una ideología necesariamente totalitaria y no pueda ser nunca domesticada ni civilizada.
José A. Ramos-Clemente.
Secretario de Organización
Cristianos en Democracia