Asistimos al final del Gobierno social-comunista de España y, con ello, a una espiral vertiginosa y maligna de legislaciones cuyo fin principal es legislar el pecado y, con ello, normalizar el mal.
Aborto, Eutanasia, Ley Trans, Ley de la Familia, Ley de Protección a la infancia, Protección Animal… completan la trágica serie de regulaciones iniciadas ya hace años por el Gobierno Zapatero con leyes como el Divorcio Express o el Matrimonio Homosexual.
Son leyes que, si analizamos detenidamente, regulan como desestructurar la sociedad occidental surgida de los principios judeo-cristianos en los últimos 1.000 años, que atacan, por si no fuera poco, además, a los pilares del derecho natural y a los fundamentos del derecho romano.
Leyes creadas para atiborrar al ciudadano de supuestos «derechos» sobre la base única del deseo: Convertir lo que, coyunturalmente, pueda desear una persona, en un derecho que se pueda ejecutar de la forma mas rápida posible, sin tiempo para el análisis, la maduración o la reflexión.
Con este tipo de leyes, y con su rechazo expreso en todo momento a cualquier comentario sobre las mismas que pueda realizar cualquier confesión religiosa (Católicos, Protestantes, Islámicos o Judíos están todos en contra de ellas), asistimos a la normalización del pecado como base de los derechos sociales de las sociedades modernas.
¿El resultado? ¿Sociedades más felices? No, sociedades empastilladas.
Sería de esperar que una sociedad como la Española, en la que el Divorcio lleva más de 40 años implantado, el Divorcio Express algo más de 10, y el aborto igualmente casi medio siglo, mostrara signos de mejora en sus cifras de estabilidad familiar. Al fin y al cabo, todos estos «derechos» venían en «auxilio» de personas que vivían supuestamente oprimidas por un modelo social que no les permitía ser felices.
Sin embargo nos encontramos con tasas nunca vistas de Divorcios, a la vez que se desploman los matrimonios (y mucho más los matrimonios religiosos). Una sociedad con miedo al compromiso y al sufrimiento, incapaz de dotar de estabilidad al elemento fundamental de una sociedad que aspire a ser lo suficientemente sana como para permitir el crecimiento estable de sus miembros: La Familia.
Y no solo esto. El hecho de que en sociedades como la Española el número de personas que necesitan recurrir a fármacos para conciliar el sueño o aliviar la ansiedad no pare de crecer en los últimos 20 años denota que lo que nos venden como «avances de derechos sociales» no genera mayor felicidad en nuestra sociedad.
Como indica Jon Sistiaga, en su documental ‘Empastillados’: «La vida duele y ahora nos han convencido de que no hace falta sufrir por nada». Las consultas de psicólogos y psiquiatras se han desbordado al mismo ritmo que se han vaciado los confesionarios en España…
La salud mental se ha convertido en uno de los principales problemas de Europa, que se enfrenta a unas tasas de suicidio, sobre todo juvenil, impropias de estados avanzados dónde sus ciudadanos disfrutan de cientos de derechos sociales y han conseguido, al fin, hacer lo que les de la gana en cada momento…
El pecado destruye al hombre. Así ha sido siempre, y así será.
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Hemos sido creados para amar y ser amados. Sin embargo, las legislaciones avanzan cada vez más para convertir a los ciudadanos en seres egoístas y hedonistas bajo el engaño de que la autonomía (hacer lo que nos venga en gana, cuando nos venga en gana), nos dará la felicidad.
Por eso hoy en día nuestros legisladores se preocupan cada vez más para que esa autonomía pueda ejercerse cuanto antes y quieren que nuestros menores comiencen cuanto antes a tener actividad sexual, a consumir pornografía, a abortar o a hormonarse para cambiar su sexo. Cuanto antes los destruyan como personas, antes pasarán a ser títeres en manos de sus pagas, ayudas y subsidios y «clientes» del perverso negocio farmacéutico de ansiolíticos y antidepresivos.
Los nuevos derechos no hacen mas que normalizar el pecado, y el pecado destruye al hombre. No, no es una cuestión de «ir al infierno» tras nuestra muerte, es más bien una cuestión de convertir nuestra vida ya, aquí y ahora, en un infierno; Un infierno de soledad, de egoísmo, de insatisfacción que sólo puede ser aplazado a base de tranquilizantes, pastillas y, en último extremo, el suicidio.
El pecado encierra al ser humano en si mismo y elimina cualquier aspiración de trascendencia de la persona. Nos deja esclavos en manos de una sociedad consumista en la que, sin Dios, no valemos nada por lo que somos, sino por lo que tenemos o por lo que parecemos ser, en la que los «likes» de las redes sociales determinan la valía de las personas.
Por eso es tan importante legalizar el pecado, normalizarlo a través de legislaciones que afirmen de forma «positiva» la eliminación de Dios de nuestra sociedad, impulsada por un laicismo radical que hace todo lo posible cada día que pasa por secularizar nuestro día a día y cuya última lucha reside en eliminar a Dios de cualquier espacio público, como no, mediante leyes como la de memoria democrática.
Y mientras tanto, nuestra clase política, no hace más que plegarse a los intereses económicos que dominan el planeta, olvidando su misión elemental, que es velar por el Bien Común de la sociedad. Estaría bien incluir estadísticas sobre suicidios, salud mental y tratamientos farmacológicos del estado de ánimo de la sociedad entre los indicadores de medición de resultados de la acción política de nuestros países.
Quizás así en algún momento la sociedad tome conciencia de hacia dónde nos están arrastrando nuestros políticos bajo una falsa bandera de «libertad», a base de «derechos» que no hacen sino ocasionar, cada día que pasa, mayores tasas de infelicidad y desgracia en nuestras sociedades modernas.