Desde que el ambientalismo aterrizó en nuestras vidas hace décadas, hay una pregunta que se repite continuamente: ¿Qué planeta dejaremos a las generaciones venideras?
Sin duda, es una pregunta que de poco o nada ha servido, visto al menos los datos con los que nos bombardean casi a diario sobre el calentamiento global y el inminente apocalipsis climático que se nos avecina (un poco más de miedo nunca viene mal para modificar e imponer conductas a la sociedades modernas).
Seguramente sea mucho mas coherente formular la pregunta a la inversa: ¿Qué tipo de hijos dejaremos al planeta y a las generaciones venideras? Quizás basta mirarnos al espejo y ver nuestra historia para entender un poco la pregunta.
Muchos de nosotros tuvimos padres «normales», «buenos», que nos enseñaron a ir a misa los Domingos, nos bautizaron, nos llevaron a nuestra primera comunión y en algunos casos, hasta nos animaron a confirmarnos.
Pero claro, si a la vez que nos enseñaban esos nos enseñaban que hay que ser buenos, pero no tontos; si nos enseñaban que tenemos que mirar siempre en primer lugar por nosotros mismos y luego ya, si nos sobra tiempo y dinero, por el prójimo; si nunca nos hablaron del valor de la vida o de la familia… pues de esos polvos, vienen estos lodos.

El ser humano es el mayor peligro hoy día para la especie humana.
Y es que la «religiosidad natural» se paga, muy cara, y por eso no es de extrañar ver aún en ciudades como Sevilla Iglesias llenas, pero movimientos pro-vida vacíos. Pronto veremos a miles de personas desfilar públicamente durante la Semana Santa, pero apenas llegan a unas decenas los que están dispuestos a rezar frente a los abortorios para acabar con la lacra del negocio del infanticidio.
¿Qué tipo de educación estamos dando a nuestros hijos? ¿Una educación basada en la apariencia y el postureo religioso pero donde para nosotros es mas importante que saquen unos estudios o el trabajo, antes que una vida de fe? ¿Qué es mas importante para nosotros, la fe de nuestros hijos o su futuro profesional? Nos jugamos mucho más que el medioambiente o el cambio climático, nos jugamos el futuro de nuestras sociedades.
No seamos necios, pues esos, nuestros hijos, lo huelen a kilómetros y, lo que es peor, contribuimos a una espiral de «tibieza» que explica en gran medida la gran mayoría de nuestros males sociales.
Aborto, Eutanasia, Ideología de Género.. no hay duda de que el mayor peligro hoy día para la especie humana es el propio ser humano. hace poco mi hijo mayor, de apenas 15 años, me decía que «España se iba al garete y que no merecía la pena hacer nada por intentar evitarlo»… ¿Cómo debemos actuar ante este tipo de posturas? ¿Bajamos los brazos, nos rendimos y nos dejamos llevar por el mundo?
La respuesta: Una verdadera alternativa Cultural Cristiana para revertir la situación.
Lamentablemente, nuestra generación está perdida y es difícilmente rescatable, pues la secularización y la mundialización de los cristianos es hoy un hecho innegable, al menos en España. Pero hay esperanza si pensamos en las generaciones futuras y en ellas debemos, sobre todo, concentras nuestros esfuerzos hoy.
Sin dejar a nadie atrás y sin, por supuesto, dejar de intentar ayudar a nuestra sociedad a despertar del largo letargo moral en el que lleva décadas sumida, es hora de buscar fórmulas y diseñar estrategias para que nuestra sociedad pero, sobre todo, nuestros jóvenes y los más pequeños no sigan la pendiente de la resbaladiza de la tibieza que nos ha traído a socializar el mal y a justificarlo, siempre y cuando sea «necesario» para anteponer nuestros planes y nuestros «derechos».
Se necesita una verdadera alternativa cultural Cristiana que, al igual que lleva haciendo décadas el maligno, nos permita subvertir, poco a poco, esta situación. Necesitamos elementos culturales (cine, series, contenidos de TV, libros, comics…) con los que hacer llegar la verdad a nuestros hijos y jóvenes, porque de lo contrario, serán irremediablemente esclavos de las catequesis del mundo. Necesitamos nuevos movimientos culturales que vuelvan a dar un norte a nuestra sociedad.
Se trata pues, de educar a las futuras generaciones no en la promiscuidad, no en el aborto como derecho y el hedonismo, no en el desprecio a nuestros mayores y enfermos y la Eutanasia, no en la ideología de género y en la aberración biológica que inducir a un niño menor de 10 años supone impedirle desarrollar su sexo biológico por Ley e imponerle probar otras cosas para «auto determinar» su género.
Tantos años de Democracia, derechos y campañas de sensibilización con millones de euros públicos… ¿Para que han servido? La realidad, por mucho que nos duela, es que en España se cometen casi 100.000 abortos al año, que la violencia contra las mujeres no cesa, especialmente entre los menores de edad donde se ha disparado gracias a la «educación» en la pornografía on line.
La verdad es que vivimos en una sociedad violenta, fruto de la pérdida de valores absolutos y de la imposición del relativismo moral. ¿Merece entonces la pena dar la batalla cultural por las futuras generaciones y dotarlas de herramientas y conocimiento que les impidan ser títeres de la globalización, el capitalismo salvaje y el consumismo? Sin duda, merece la pena, pase lo que pase.