La economía socialista y comunista acaba con la familia.

(RELIGION EN LIBERTAD) Por sorprendente que parezca, la incomprensión que mostró hacia la institución de la familia la Unión Soviética, con catastróficas consecuencias deshumanizadoras, se está repitiendo en la evolución de la política familiar en Occidente en las últimas décadas. Lo analiza Clara E. Jace en Public Discourse. Clara es economista, investigadora en la George Mason University y profesora en la Universidad Católica de América. Se ha especializado en economía familiar, economía de la religión y doctrina social de la Iglesia.

Planificación familiar estatal

«El estado no necesita a la familia porque la economía doméstica no es rentable: la familia distrae al trabajador de trabajos más productivos y útiles. Los miembros de la familia tampoco necesitan a la familia, porque la tarea de criar a los hijos, antiguamente suya, está pasando cada vez más a manos de la colectividad» (Alexandra Kollontai).

Este era el razonamiento de la líder femenina bolchevique en un ensayo popular que publicó en 1920. Kollontai planteaba un argumento muy actual ahora: la familia —padre, madre e hijos— es una forma social que, en el mejor de los casos, está anticuada y, en el peor, es explotadora.

Kollontai personificaba el enfoque soviético de la vida familiar. Basándose en los escritos de Marx y, sobre todo, de Engels, luchó públicamente por la liberación de la mujer de los lazos familiares; en su vida privada actuó según sus convicciones y abandonó a su marido y su hijo para estudiar con el economista marxista Heinrich Herkner.

Cuando la Unión Soviética legalizó el divorcio unilateral en 1918 (después de siglos de matrimonio tradicional ortodoxo ruso, que no admitía el divorcio), Kollontai acusó a las mujeres de que tenían miedo porque «aún no han comprendido que una mujer debe acostumbrarse a buscar y encontrar apoyo en la colectividad y la sociedad, no en el hombre de manera individual«. Llena de felicidad, profetizó a principios del siglo XX que todos los aspectos de la vida familiar —desde las tareas domésticas a la fidelidad matrimonial y las obligaciones parentales— pronto desaparecerían.

Este artículo aborda los argumentos de Kollontai de uno en uno, indicando por qué sus predicciones cojeaban debido a sus falsos supuestos. Si bien la política familiar soviética afortunadamente ha llegado a su fin, vale la pena examinar sus ideas fundamentales, porque perduran hoy en día en las políticas familiares occidentales.

La economía doméstica

Primero, Kollontai observa que la «economía doméstica ya no es rentable». Ciertamente, es verdad que la continua expansión del mercado y la división del trabajo ha ampliado el lugar de la producción de mercado, ampliándolo más allá de la pequeña granja familiar o la tienda artesanal. Pero Kollontai lleva esto un paso más adelante al poner en duda el motivo por el que la familia debe mantener un lugar en la división social del trabajo. Cree que todo lo que hace la familia debería ser (o ya ha sido) externalizado al Estado.

Alexandra Kollontai (1872-1959) fue ministra entres 1917 y 1918 tras la Revolución bolchevique, encargada por el Partido de todas las primeras medidas para la destrucción de la familia, como el divorcio o el aborto. 

Describe con pasión este proceso: «La economía comunista acaba con la familia… hay que reconocer que la unidad económica familiar es, desde el punto de vista de la economía nacional, no solo inútil, sino también perjudicial… Bajo la dictadura del proletariado, las consideraciones materiales y económicas en las que estaba basada la familia dejan de existir. La dependencia económica de las mujeres sobre los hombres y el papel de la familia en las generaciones más jóvenes desaparecerán».

Dejando de lado sus predicciones incorrectas, la verdadera cuestión es importante: ¿puede el comunismo realmente sustituir a la familia? Con una visión restringida de lo perfecto que podría conseguir que fuera el mundo, decisiones como cuál debe ser la política familiar deben ser sopesadas y comparadas entre ellas y no con un ideal utópico. ¿Puede el Estado planificar la vida familiar mejor de lo que la planifica la familia misma?

Evidentemente, no. Después de todo, la familia es más antigua que la institución más antigua que persiste aún hoy (Iglesia católica) y, ciertamente, es el sistema de gobierno más antiguo. Utilizando términos económicos, otros productores (el Estado, las empresas en el mercado, etc.) no han sido capaces de proporcionar sustitutos suficientemente buenos para todos los bienes y servicios que proporciona la familia.

Jennifer Roback Morse nos explica la razón de manera muy hermosa en su libro Love and Economics: «La mayoría de los padres no pueden expresar el significado fisiológico y psicológico de las actividades que hacen con sus hijos. Si le preguntamos a una madre con un bebé qué ha hecho durante todo el día, es muy improbable que pueda describir todas sus actividades con detalle, seguramente lo hará de una manera general… tal vez responda que recogió la colada o lavó los platos, pero probablemente no recordará que compensó cada sonido que hizo su bebé con una sonrisa, o imitando el sonido que este había hecho, o que tuvo conversaciones imaginarias con él».

La advertencia de Friedrich A. Hayek sobre el «conocimiento único que tiene cada persona de las circunstancias particulares de tiempo y espacio» suele referirse al contexto del mercado, pero podemos ver un error paralelo en el concepto soviético de familia. En pocas palabras, los planificadores estatales no tienen, y no pueden tener, acceso al conocimiento íntimo y oculto necesario para reproducir los bienes y servicios de la vida familiar. El avance de la psicología evolutiva y nuestra mayor comprensión de la importancia que tiene el apego infantil a un cuidador constante y afectuoso no han hecho más que subrayar este punto.

Cocina comunitaria en una vivienda compartida en la Unión Soviética, en torno a 1920.

El error de Kollontai es asumir que el Estado puede planificar la vida familiar mejor que las familias mismas. Para ella, la única cuestión era precisamente cómo planificar las infames cocinas comunitarias y las ceremonias matrimoniales soviéticas, no si hay que planificarlas. Al partir de un supuesto equivocado, no consigue ver que las familias sirven al bien de los niños y los padres de manera más efectiva de lo que lo haría el Estado. Y más importante aún: asume que el beneficio económico y la eficiencia material son más importantes que el desarrollo humano, que se nutre en la institución fundacional de la sociedad, la familia.

La relación entre la familia y el Estado

A continuación, Kollontai declara que la vida familiar «distrae al trabajador» de actividades que son «más útiles y productivas». La cuestión clave es: útiles y productivas ¿para quién?

Bajo la apariencia de «eficiencia» (un término que solo tiene significado con respecto a un fin predefinido), Kollontai asume que el valor de la familia deriva de lo bien que ésta apoye al Estado, y no al revés. Este error tiene muchas similitudes con los errores económicos de la Unión Soviética, por lo que merece una comparación con la comprensión económica del valor. La «ley económica» del valor subjetivo (expresada por primera vez por la escuela teológica española de Salamanca) afirma que el valor económico del bien o del servicio surge cuando las personas lo consideran valioso en relación con cada uno de los objetivos deseados.

A fin de reconstruir la sociedad según su propia imagen, la Unión Soviética tuvo que interferir en el modo en que los miembros de la familia valoraban sus relaciones mutuas. En 1918 se prohibieron la adopción y la sucesión y en 1926 se permitieron las uniones de hecho y el divorcio. Kollontai más tarde bromearía sobre la crisis a la que se enfrentaban las mujeres soviéticas: «Según las estadísticas proporcionadas por el camarada Kurskii en la sesión del Comité Ejecutivo Central Panruso, de 78 casos, solo tres son órdenes de pensión alimenticia que conciernen al bienestar de los niños. Esto evidencia que son las mujeres mismas las que no creen que se pueda encontrar a los padres de sus hijos. (Risas)».

A medida que se aclaraba la situación de las mujeres y los niños, la solución fue desacreditar aún más el papel de los padres, y la propaganda en los años 30 «se destacó por ser más anti-hombre que antirrevolucionaria«.

El punto de vista del Estado soviético según el cual las familias tienen que servir a los objetivos del Estado lo vemos ejemplificado en su vacilante política abortiva. Kollontai explica por qué la Unión Soviética se convirtió en el primer gobierno en legalizar el aborto en 1920: «El poder soviético es consciente de que la necesidad del aborto desaparecerá solo cuando, por un lado, Rusia tenga una red amplia y desarrollada de instituciones que protejan la maternidad y proporcionen educación social; y, en el otro, cuando las mujeres comprendan que tener hijos es una obligación social«.

Al prohibir muchas actividades familiares y religiosas, el reemplazo por «redes de instituciones que protegen la maternidad» tuvo como resultado un descenso en la natalidad, por lo que el Partido rápidamente volvió a criminalizar el aborto en 1936, y en 1944 intentó establecer una clase de madres solteras.

No obstante, Kollontai siguió defendiendo los derechos de las mujeres desde otro ángulo: «Hay una cuestión sobre la que me gustaría llamar de nuevo vuestra atención, y es el control de natalidad. En pocas palabras, lo que quiero decir es esto: dejemos que nazcan menos niños, pero que sean de mejor «calidad»». Incluso cuando supuestamente adoptó una legislación «profamilia», el objetivo subyacente del Estado soviético era quitar valor a las personas de manera individual, como personas. Incluso hoy, Rusia se enfrenta a una crisis demográfica en periodo de paz, siendo el aborto (que fue legalizado de nuevo en 1955) el método principal de control de natalidad.

Aunque Kollontai ejerció cargos cargos relevantes en el gobierno soviético -Comisario del Pueblo para la Propaganda y la Agitación, por ejemplo-, sus puntos de vista no coincidían con los de sus adversarios contemporáneos. El mismo Lenin pensaba que iba demasiado lejos en su defensa de una promiscuidad sexual patrocinada por el Estado, y si bien debatía sus panfletos seriamente en sus discursos públicos, tampoco podía resistirse a hacer bromas, como que la camarada Kollontai y su antiguo amante estaban «unidos por la clase». Fue una figura poco conocida, E.O. Kabo, otra erudita soviética de los años 20, quién indicó cuál era el error fatal en el punto de vista de Kollontai sobre la familia.

Discutiendo el legado de Kollontai

¿Es verdad, como afirmaba Kollontai, «que los miembros de la familia no necesitan a la familia»? No todos los soviéticos estaban de acuerdo. De hecho, E.O. Kabo argumentaba que la familia de clase obrera es «la organización laboral y de crianza de una nueva generación más útil y eficiente» y que había que culpar a «Marx, Engels, Bebel y Zetkin» por haber ignorado «las importantes estructuras de dependencia de género en el contexto de la familia de clase obrera». Observó que dentro de este marco de suma cero, también era probable que la esposa y los hijos estuvieran explotando al padre asalariado, dado que ellos redistribuían los frutos de su trabajo para el consumo familiar.

Kabo documentó cómo las familias trabajadoras rusas lograban muchos de los objetivos ansiados por los reformistas socialistas soviéticos: la distribución de los recursos según las necesidades, el cuidado de los ancianos y enfermos y la crianza de la siguiente generación. El declive de la producción económica en los hogares rusos no cambió mucho, como tampoco lo hizo el brutal intento soviético de monopolizar «la tarea de criar a los niños». Más bien, la familia siguió siendo naturalmente el centro para disfrutar, unidos, de los bienes básicos de la vida: desde la comida a la música, al culto religioso y la amistad. Como dijo el estudioso de la familia soviética H. Kent Geiger: «A largo plazo, en la historia esa misión especial, a saber: proporcionar al individuo algo de privacidad y protección contra la injerencia totalitaria, puede que haya sido la función más importante de la familia soviética».

Aunque Kabo no fue la vencedora en el ámbito intelectual de los debates soviéticos sobre política familiar, fue reivindicada en el campo de batalla de la experiencia vivida. Antes de 1945, el Partido ya había revocado casi todas sus políticas familiares de la era revolucionaria (salvo su prohibición sobre el matrimonio religioso), sustituyéndolas con leyes «profamilia».

No se oyó nada sobre Kollontai durante años, ya que muchos de sus camaradas con las mismas ideas habían acabado en un Gulag. Entonces, hablando por última vez en 1946, felicitó al gobierno por ayudar a tantas mujeres a cumplir con su «deber natural… de ser madres, educadoras de sus hijos y señoras de su hogar». Los editores soviéticos de la biografía de Kollontai, de 1964, incluyeron este pasaje: «Han pasado cincuenta años… y cada día, el papel enorme que juega la familia es cada vez más claro, sobre todo porque es un factor de gran importancia en la formación del alma y la conciencia del niño».

Actualmente, el legado de Kollontai se ha reescrito. Se la recuerda, sobre todo, por su punto de vista de que el sexo debe ser tan fácil y simple como «beber un vaso de agua«.

Sin embargo, un acercamiento honesto a la obra de Kollontai demuestra que la incomprensión soviética respecto al mercado se repitió en la incomprensión respecto a la familia. El error típico fue no ver a la persona humana como creativa y caída a la vez; lo que, dicho sea de paso, es el tipo de ser que se desarrolla en una familia. Por suerte, como observó en una ocasión un periodista inglés fumador de puros [Chesterton], «el amor de un hombre y una mujer no es una institución que puede abolirse, o un constructo que pueda concluirse. Es algo mucho más antiguo que todas las instituciones o contratos; y algo que, es seguro, durará más que todos ellos».

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